martes, 20 de marzo de 2012

Ansiedad

ansiedad.
(Del lat. anxietas, -atis).
1. f. Estado de agitación, inquietud o zozobra del ánimo.
2. f. Med. Angustia que suele acompañar a muchas enfermedades, en particular a ciertas neurosis, y que no permite sosiego a los enfermos.


Mis pequeños affaires con la ansiedad comenzaron hace tantos años que no sabría poner una fecha. Recuerdo cuando era pequeña y sentía una especie de comezón en el pecho que me hacía correr asustada hacia mi madre y decirle una vez más: "Mamá, estoy rara". Y ella me decía: "Eso es ansiedad". Desde entonces la he vivido de mil maneras y por mil motivos, aunque la mayor parte de las veces no era capaz de identificar el porqué de este ataque o aquella sensación.

Mi vida en Suecia me permite tener mucho tiempo libre, lo que se traduce en demasiado tiempo para pensar, para bien y para mal. Para que no todo sea negativo, siento que desde hace algún tiempo me cuesta menos identificar el foco de mi ansiedad cuando tengo un ataque, cuando me cuesta respirar. Siento que me conozco mejor a mí misma y que soy capaz de, al menos, saber por qué me encuentro mal en cada momento. Pero la verdad es que no sé qué es peor. Siento que todo era mucho más fácil cuando no sabía nada, cuando sólo tenía ganas de llorar y meterme en la cama y ya está, porque el conocer la raíz del problema implica de algún modo la obligación de buscar soluciones.

Y en general da bastante más miedo salir a buscar soluciones que meter la cabeza debajo de la almohada.

lunes, 12 de diciembre de 2011

(Re)caída libre

Hace tanto que no escribo por aquí que he releído las entradas anteriores para recordar mi línea editorial. Y he visto que ya había comentado lo que venía a confesar: que sólo me acuerdo de ésto cuando necesito hablar con alguien. Que sé que nadie me está escuchando, pero yo voy y lo suelto, así como quien no quiere la cosa.

Hoy me he vuelto a caer en la nieve. Hacía ya semanas que no me caía de esta manera. Los últimos meses han sido terribles en ese sentido: el mes de octubre fue el peor en años. Por suerte, las cosas empezaron a enderezarse cuando decidí expulsar de mi vida a quien no me hacía tanto bien como presumía, y a partir de ahí las cosas empezaron a calmarse. Pero hoy estoy triste, y eso, a su vez, me hace estar preocupada. Es realmente desesperante ver que las cosas ni siquiera tienen que torcerse para que me dé por torcerme a mí. Que cualquier tontería me vuelve a hacer caer (véase la segunda entrada, la que habla de mi cuerda). Que sigo comportándome como una niña malcriada que apaga el móvil y deja a la gente preocupada porque sólo quiere llamar la atención. Que, una vez más, han tenido que venir a rescatarme, porque a mí me faltaban las fuerzas hasta para respirar.

Pensaba que podía llevar una vida tranquila, pero cuando estoy inmersa enelmardelatranquilidad, ¡zas! Me vuelvo a caer. Y de verdad que me desespero y me frustro cuando analizo la situación y veo que lo que me ha hecho caer es, con perdón, una gilipollez supina. Porque no lo entiendo, porque no me entiendo, porque no consigo comprender cómo es posible que algo tan absurdo pueda meterme en la cama durante horas, llorando sin parar. Porque en realidad sí que sé el porqué, que es mi cuerda, pero eso no significa que lo entienda. Entonces empiezo a llorar otra vez, se me nubla la vista, me ahogo, me mareo, porque no entiendo nada, porque parece que ésto nunca va a parar, que nunca se acabará, que me voy a pasar la vida cayendo por aquí y por allá a la mínima de cambio.

Porque en días como hoy me odio tanto, tanto que me entran ganas de matarme.

martes, 23 de agosto de 2011

Utopía descarada

En principio, mi idea con respecto al blog era ir subiendo una serie de entradas acerca de mí, de cómo llegué hasta mi situación actual y todo lo que llevo a las espaldas, pero como soy inconstante por naturaleza, al final sólo me acuerdo de esto cuando necesito hablar con alguien. Como ahora.

Pongamos que mi situación con C es complicada. Pongamos que discutimos mucho, que vivimos en distintas ciudades, en distintas situaciones, con distintos tipos de vida. Pongamos que aun así, decidimos tirar p'alante con lo que nos echen, intentar solucionarlo una y otra vez, ahora así, ahora asá, sin demasiado resultado, por cierto. Pongamos que en todo este meollo, a L le da por aparecer. Y mientras C me ensucia las manos, L me ayuda a limpiarme. L me cuida y me mima, me hace sentirme pequeña y protegida, y a la vez, fuerte para conseguir cualquier cosa que me proponga.

Ahora, pongamos que sé que L se va a ir. Que sé que en cuestión de meses se va a marchar de esta ciudad, y de pronto estará más cerca de C que de mí. Pongamos que no sé a cuál de las dos voy a echar más de menos.

L dice que siempre nos empeñamos en que todo tiene que salirnos bien. Yo sólo opino que, de vez en cuando, me gustaría que algo no saliera mal. Pongamos que L decide que no se va. Que N no le pesa tanto (sí, si yo tengo una C, ¿no puede ella tener una N?), que yo le peso más. Que quiere estar aquí conmigo.

Pongamos que dejo de aferrarme a cualquier clavo ardiendo para darle sentido a todo.

Pongamos que, por la mañana, mis ojos no se vuelven a abrir.

martes, 2 de agosto de 2011

De por qué "mi cuerda" y no otra cosa

Ganas de morir al abrir los ojos por mañana. Felicidad extrema ante la posibilidad de ver a C. Ganas de morir al pensar en salir de mi habitación. Felicidad extrema al conseguir llegar a la cocina, coger algo para desayunar y volver a recluirme. Ganas de morir al volver a pensar en salir al mundo, en llegar a la estación, en encontrarme por el camino a algún conocido. Felicidad extrema cuando me siento en el tren, me pongo los cascos y me aíslo del mundo. Ganas de morir al llegar a mi destino: en este país hay demasiada gente. Felicidad extrema al verla. Ganas de morir al pensar en perderla. Felicidad extrema al besarla nada más llegar. Ganas de morir al besarla al despedirnos. Felicidad extrema al ver que se está acabando el día. Ganas de morir al pensar en volver a casa. Felicidad extrema al meterme en la cama. Ganas de morir al abrir los ojos por mañana.

Quién sabe, quizás mi cuerda no se llama depresión sino trastorno bipolar, una hipótesis que he barajado en infinidad de ocasiones. Quizás por eso me gusta llamarlo cuerda, porque debe de ser la única que está cuerda en toda esta historia, pero la verdad es que así vivo yo cada día: en la cuerda floja. Habrá quien piense que es más bien una montaña, pero yo no subo ni bajo, sólo caigo. Caigo hacia el lado bueno cuando la brisa me mece, caigo hacia el malo cuando otra brisa me empuja. Y cuando no he caído aún, siento mis pasos inseguros, temerosos, conscientes de que la próxima caída está por llegar, y seguramente no tardará en aparecer.

lunes, 1 de agosto de 2011

De cómo empecé a hablar de mi cuerda

No sé muy bien cómo ni por qué he empezado ésto. Si tengo que situar un punto de inflexión, se encuentra en el momento en el que me encuentro de rebote con este artículo. Hace tiempo que pienso que quizás abrir un blog para hablar de mí, mi vida, mis pensamientos y sobre todo mis sentimientos podría ayudar, aunque sea para gritar al ciberespacio que algo no va bien, aunque sea para esos momentos en que la gente que está a mi alrededor está cansada de oírme gritar de dolor.

Porque me duele. Me duele en sitios donde nadie me ve, donde nadie me oye, donde nadie puede sentirlo, salvo yo. Me duele aunque no esté hinchada, me duele sin tener fiebre, me duele sin sangrar por dentro o por fuera. No hay radiografías ni resonancias que valgan, no hay huesos rotos que se arreglen con una escayola que todo el mundo puede ver. Pero eso no significa que me duela menos.

Lo único que significa es que nadie lo entiende. Nadie entiende que sólo por abrir los ojos por la mañana me quiera morir. Nadie entiende que la mitad de los días me fallen las fuerzas y ni siquiera sea capaz de levantarme de la cama. Nadie entiende que paso tantas noches llorando que me resulta difícil buscar trabajo, porque apenas puedo dormir. Nadie entiende que si no falto a clase no es por gusto. No estoy jugando al mus en la cafetería o dando vueltas por el centro para matar las horas hasta que llegue la hora de ir a casa. Si no estoy en clase es porque estoy perdida, quizás llorando, a veces en la cama y a veces en parques. A veces durmiendo cuando las pesadillas no me han dejado descansar durante la noche.

Al leer ese artículo, vi una puerta abierta a la esperanza. Quizás hay alguien que pueda entenderme, quizás haya alguien más que se siente como yo. Y aquí estoy, yo, toda Poch(it)a (Negrón), escupiendo sangre a donde nadie pueda verla. Quién sabe. Con lo grande que es el mundo, seguro que no soy la única que escupe sangre.