lunes, 1 de agosto de 2011

De cómo empecé a hablar de mi cuerda

No sé muy bien cómo ni por qué he empezado ésto. Si tengo que situar un punto de inflexión, se encuentra en el momento en el que me encuentro de rebote con este artículo. Hace tiempo que pienso que quizás abrir un blog para hablar de mí, mi vida, mis pensamientos y sobre todo mis sentimientos podría ayudar, aunque sea para gritar al ciberespacio que algo no va bien, aunque sea para esos momentos en que la gente que está a mi alrededor está cansada de oírme gritar de dolor.

Porque me duele. Me duele en sitios donde nadie me ve, donde nadie me oye, donde nadie puede sentirlo, salvo yo. Me duele aunque no esté hinchada, me duele sin tener fiebre, me duele sin sangrar por dentro o por fuera. No hay radiografías ni resonancias que valgan, no hay huesos rotos que se arreglen con una escayola que todo el mundo puede ver. Pero eso no significa que me duela menos.

Lo único que significa es que nadie lo entiende. Nadie entiende que sólo por abrir los ojos por la mañana me quiera morir. Nadie entiende que la mitad de los días me fallen las fuerzas y ni siquiera sea capaz de levantarme de la cama. Nadie entiende que paso tantas noches llorando que me resulta difícil buscar trabajo, porque apenas puedo dormir. Nadie entiende que si no falto a clase no es por gusto. No estoy jugando al mus en la cafetería o dando vueltas por el centro para matar las horas hasta que llegue la hora de ir a casa. Si no estoy en clase es porque estoy perdida, quizás llorando, a veces en la cama y a veces en parques. A veces durmiendo cuando las pesadillas no me han dejado descansar durante la noche.

Al leer ese artículo, vi una puerta abierta a la esperanza. Quizás hay alguien que pueda entenderme, quizás haya alguien más que se siente como yo. Y aquí estoy, yo, toda Poch(it)a (Negrón), escupiendo sangre a donde nadie pueda verla. Quién sabe. Con lo grande que es el mundo, seguro que no soy la única que escupe sangre.

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