martes, 2 de agosto de 2011

De por qué "mi cuerda" y no otra cosa

Ganas de morir al abrir los ojos por mañana. Felicidad extrema ante la posibilidad de ver a C. Ganas de morir al pensar en salir de mi habitación. Felicidad extrema al conseguir llegar a la cocina, coger algo para desayunar y volver a recluirme. Ganas de morir al volver a pensar en salir al mundo, en llegar a la estación, en encontrarme por el camino a algún conocido. Felicidad extrema cuando me siento en el tren, me pongo los cascos y me aíslo del mundo. Ganas de morir al llegar a mi destino: en este país hay demasiada gente. Felicidad extrema al verla. Ganas de morir al pensar en perderla. Felicidad extrema al besarla nada más llegar. Ganas de morir al besarla al despedirnos. Felicidad extrema al ver que se está acabando el día. Ganas de morir al pensar en volver a casa. Felicidad extrema al meterme en la cama. Ganas de morir al abrir los ojos por mañana.

Quién sabe, quizás mi cuerda no se llama depresión sino trastorno bipolar, una hipótesis que he barajado en infinidad de ocasiones. Quizás por eso me gusta llamarlo cuerda, porque debe de ser la única que está cuerda en toda esta historia, pero la verdad es que así vivo yo cada día: en la cuerda floja. Habrá quien piense que es más bien una montaña, pero yo no subo ni bajo, sólo caigo. Caigo hacia el lado bueno cuando la brisa me mece, caigo hacia el malo cuando otra brisa me empuja. Y cuando no he caído aún, siento mis pasos inseguros, temerosos, conscientes de que la próxima caída está por llegar, y seguramente no tardará en aparecer.

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